Patético
pensar que un día dejar de ser una hermosa flor para convertirte en algo menos
que los restos de ello. Un sentimiento, algo que hasta el momento se muestra
tan efímero, un intangible que desde la luz te hace bien pero inmerso en la
oscuridad es capaz de aprisionarte para jamás dejarte ver la luz sobre tu piel
una vez más.
Se
aprecia, quiere, adora, ama, idolatra; cada una acompañada de mucho, demasiado…
pero, ¿de qué sirve sentir tanto y luego dejarlo todo?, no es tan sencillo como
decir “ya pasará”, “el tiempo se encargará de ello”.
El
tiempo… condenado y bendito tiempo, ambigüedad hecha esencia, el tiempo puede
hacernos olvidar momentos funestos, a veces consigo se lleva millones de
recuerdos primordiales para saber quiénes somos… querer recuperar la identidad,
lo que se es sin parecer ser, va más allá de una tierna intención.
Poéticos
duelos se plasman en el papel, con la tinta de lágrima y lápiz de recuerdo…
hace un tiempo éramos seres que compartían gustos y risas… más tarde nuestra
amistad era envidiable y ahora todo lo que queda es el anhelo de regresar a
aquel bello momento.
¿Qué
pasó? Todo vino y se fue como viento en otoño. Parte de mi corazón una vez más
está en invierno, aquella bella pradera en la que corrían nuestras ideas está marchita,
bajo varios centímetros de nieve un palpitar guarda la expectativa de dar
frutos algún día de nuevo.
Una
flor que lo era todo y ahora no es nada, aquel jarrón que alguna vez la guardó,
la soportó… la hizo lucir ante muchos ojos ahora está vacío, con mucho para dar
sin nadie que la tome.
Aquella
flor nacida de lo que parecía un sentimiento verdadero, ha comenzado a
marchitarse y de ahora en adelante solo vivirá en el recuerdo, un ser que hizo
hacer más y no lo logró… un ser que murió así mismo por lucir bien y ser algo
hermoso para quién la tomara del jardín y no terminó siendo más que una decoración
que con el tiempo se vería fatal, por lo tanto tendría que desechar.