domingo, 2 de septiembre de 2012

Un árbol blanco...


El otoño ha llegado a su final… ya las hojas de los árboles residen en las praderas que han perdido su verdor a causa del invierno, el ambiente cálido se congela con el paso del viento, los colores se transforman, se pierden… se reducen al blanco y escala de grises…

Aún recuerdo lo frondoso del aquel árbol… sí, aquel que está en medio de lo que ahora semeja una pradera de algodón frívola y sin vida… Aquel majestuoso árbol que daba sombra a mí ser en días de extenuante sol, que refrescaba mis pensamientos, escuchaba mis murmullos y con el viento entre sus ramas respondía a cada una de mis lágrimas.

Aquel árbol ha perdido su color, sus hojas marchitas yacen bajo el manto inclemente de la nieve, sus ramas están desnudas, vulnerables… el viento pasa a través de ellas y un silbido decora el silencio, seguido de una punzada en el pecho que te lacera, te lastima, te hiere sin dejar huella aparente… sólo tus ojos logran develar el secreto que a tu corazón oprobia y agobia.

Cada hoja era un sueño forjado entre la naturaleza y mi pensamiento… cada fruto, un logro que había conseguido gracias a su sabiduría… cada raíz sobresaliente me recordaba las bases fuertes… ahora… ahora sólo veo el tronco, fuerte, firme… el árbol no ha muerto pero está reducido a su mínima condición natural, el árbol sigue ahí pero no puede dar nada más que apoyo, porque no tiene hojas para dar sombra, ni frutos para alimentar, ni mucho menos raíces que hagan tropezar para abrazar la pradera… Sus susurros no son alentadores y en su compañía el frío penetra tu vida, congelándote el alma.

El árbol de mis sueños, frondoso y perfecto se viste de blanco igual que mis recuerdos, que mi nostalgia, que mi dolor… que mí ser divagante  por el sendero cruel del desierto negro, sopor emocional, caos racional, cataclismo existencial… todo y nada… sólo el anhelo de encontrar el paraíso perfecto para aquel árbol maravilloso de mis sueños…