Una gota de rocío pende peligrosamente de la punta de aquella hoja que aunque es más fuerte no hace ningún esfuerzo por soternerla.
Aquel capricho de lluvía se acumula haciendo que la punta baje un poco, cada vez que el rocío suspira... la inclemente hoja se cansa de cargar con sus penas y la deja caer... llega al suelo para volverse pedazos, pedazos que jamás volverán a ser la gota que eran.
Aquella inocente gota desencadena un ejército que caen sin cesar, usando la hoja como un colchón antes de volverse trizas en el suelo.
Mientras el cielo amenaza con desmoronarse, la hoja ya no tiene manera de escaparse, ya está sumergida en el llanto del firmamento con reflejo en el joven lecho formado bajo ella, un charco de lamentos que grita en medio de la tormenta, no importa cuán fuerte sea el dolor, jamás será suficiente para sobrepasar la soberanía del estruendo del rayo.
En el charco, el reflejo de una silueta con rostro que evoca la tristeza enmarcada en mis ojos, una mano se acerca temerosa para tocarse, tocarme... ondas circulares desdibujan el reflejo, el cielo grita de nuevo y su llanto se convierte en una tempestad.
Ya no sé lo que siento, sólo espero encontrar en mi reflejo el por qué para el desierto negro que me atrapa algunas noches sin avisar, una gota de rocío se desliza sobre mi mejilla... no importa que ella sea más fuerte que la gota, no puede hacer nada para detener su trasegar.
A lo lejos, en el horizonte se dibuja una delicada línea que me llama a seguirla... una estrella decidida a ser mí luz me espera tras las montañas, impulsándome a seguir cada día sin importar lo hondo del charco ni lo fuerte de la tormenta, siempre espera apacible, sonriente y cálida para recibirme en sus brazos y llenarme de mimos, besos y abrazos. Esa luz es la que hace que una gota de rocío se convierta en el arco iris que rige mi vida, llenándola de sueños, metas e ilusiones que sólo alcanzaré si de ese maravilloso ser, la estrella, me aferro con todo mi ser.
